Hombros de gigantes
La experimental Otto Niemann: escuela y memoria.
Analaura Conde
¿Quién fue Otto Niemann? Esta pregunta se hizo Analaura, ex-alumna de la Escuela N°204 de Progreso, que lleva el nombre del pedagogo y que se ha constituido en una de las emblemáticas escuelas experimentales en Uruguay. En este artículo Analaura trae a la memoria su vida en la escuela Otto Niemann: el árbol de morera, el piano, canteros con margaritas en primavera, pasillos para patinaje improvisado, intercambio de meriendas, amigos del campo, y da cuenta de una escuela amplia, hospitalaria, a través de la que aprendió a sentirse parte de un mundo compartido, disponible para experimentar, “atrapar” y transformar.
Para escribir sobre el pasaje por la escuela no puedo evitar que el hecho se ligue a las emociones. ¿Por qué? Pues es improbable que alguien pueda analizar una experiencia exento de ellas, menos aún si se trata de la infancia. Es así, que intentaré cumplir con lo que se me encomendó, traer a la memoria la vida en la escuela número 204, unas cuantas décadas atrás, e intentar ver a la luz de ese pasado cosas del presente. Comenzaré de una forma, si se quiere poco convencional, pero que me resulta cómoda para el ejercicio de la escritura.
El portón de hierro pintado con colores vibrantes; el árbol de morera para investigar la producción de la seda; el piano –siempre lustrado y tentador- de la sala multiuso que Beatriz, la pianista, hacía hablar con sus manos flacas, blancas y sus dedos finos; las tardes felices de ensayo de coro; los interminables corredores de baldosas ocre, ideales para el patinaje libre improvisado; los canteros con margaritas en primavera; las carteleras con letras de diferentes texturas y brillantinas; los sonidos entreverados de los recreos y el intercambio de meriendas; los amigos del campo y de la ciudad, de todas partes; los nombres de las maestras, Blanquita, Raquel, Elsa, Ana, que impulsaban el gusto por conocer otros lugares del globo a través de sus relatos, así como por la escritura, el dibujo, el canto, el amor por la naturaleza, y una visión del mundo que permitía identificarse dentro y en cercanía con los otros; las escaleras de hormigón y ladrillos que desembocaban en el espacio verde de las hamacas y los subibajas. Una escuela amplia tanto en su exterior como por dentro, amplia en resonancias, en canciones, en dibujos, en saberes, en amigos, más cerca del campo y de su gente que de la ciudad, son sólo algunas de las primeras evocaciones que arriban rápidamente cuando pienso en mi tiempo en la escuela Otto Niemann.
En marzo, con olor a vendimia en las calles de Progreso, comenzaban las clases. La escuela experimental era hospitalaria, el lugar donde confluíamos todos, la más importante de las casas del pueblo, un pueblo hoy convertido en ciudad. Si me pregunto cómo influyó en mi presente mi trayecto por ella, vienen a mi cabeza, como piezas de un puzle infinidad de aprendizajes, más allá de contenidos aprendidos cobran sentido las vivencias. Allí interactué y compartí con otros, aprendí sobre el valor de la tierra y la cosecha, rodeada de niños que venían del campo y vivían de la producción agrícola y vitivinícola. Esos compañeros sabían mucho de meteorología, ahora que lo pienso he desarrollado un gusto por los fenómenos naturales que tiene relación con lo que asimilé allí sobre los vientos, la lluvia, el granizo y las tormentas.
Compartí banco con hijos de docentes, obreros, agricultores, profesionales, desocupados, provenientes de familias diversas y con costumbres disímiles. Quizás esa fue la causa que me llevó a querer comprender determinados aspectos de la realidad, y decidir trabajar en el campo que intersecta la educación y las ciencias sociales.
Siempre me sentí en el aula, en el recreo, en la vida de la escuela integrada a un mundo compartido, desde una diferencia que no significaba relaciones diferenciadas, sino oportunidades para todos. Posiblemente mi mirada infantil fue ingenua, pero esa y otras visiones, son la base de lo que soy.
Hace años me vinculé al mundo educativo, desde la docencia primero, luego desde el trabajo social, y finalmente desde la investigación. ¿Cuánto influyó mi pasaje por la escuela experimental?, la respuesta es mucho. Tuve la suerte de ser parte de un modelo, que si bien era algo distante al primigenio -en su apogeo fundacional- al momento de mi tránsito por la escuela aún conservaba componentes del original: la mirada sobre la ruralidad, el trabajo con el cuerpo, los sentimientos, lo experiencial, la laicidad, entre muchos otros.
Hoy sigo viendo en el trabajo de los docentes entrega y dedicación, lo veo desde una perspectiva que posiblemente es alejada y un tanto atrevida –este último aspecto debido a mi rol de investigadora-, pero el intento por reinventarse para lograr mejorar sus prácticas, muchas veces en condiciones adversas, me recuerda indiscutiblemente a mi tiempo escolar, a mis maestras.
Cuando miro atrás advierto que hay cosas que se mantienen y otras que reconvertidas han perdurado hasta hoy. Sigo teniendo amigos, todos muy diferentes entre sí, quizás no hay frecuencia en encuentros presenciales, pero tengo la certeza de que están allí, con ellos compartí y aprendí. La escuela sigue estando vigente de un modo difícil de explicar, quizás tiene que ver con cuestiones intangibles de los procesos de vida y educativos, está presente en un plano emocional y emotivo cuando rememoro momentos. También hay una conexión relativa al valor que asigné al conocimiento, a la experimentación, a la búsqueda, y agradezco todo lo que me dejó ser partícipe de ese tiempo.
Fui poco consciente de la obra de Otto Niemann hasta hace relativamente poco. Sin embargo me cautivó conocer su historia y su trabajo. Coincide con algunas frases que escuché de niña, tanto de maestros como de vecinos: “tenemos la suerte de tener la escuela experimental en Progreso”.
Son muchas las figuras de nuestra escuela pública partícipes de experiencias innovadoras así como productoras de teoría pedagógica, de las cuales poco o nada sabemos. Sin embargo, es allí, en el campo de la implementación de la política educativa, en la intersección de la praxis y la teoría, donde cobra valor la trayectoria recorrida por maestros como Niemann, impulsor de posturas no siempre coincidentes con las estatales, con una perspectiva de la educación racional y dispuesto a llevar adelante rupturas para lograr la transformación.
Su obra, lejana en el tiempo pero vigente, hizo que indagara sobre él poco después de mediados los años noventa, es decir, una vez que la escuela número 204 fue llamada con su nombre.
Hoy, al conectar las viejas connotaciones con la tarea de una escuela integradora, abierta a la comunidad, al descubrimiento, revalorizo la oportunidad de haber pasado por ella, en tiempos en donde a pesar de estar tensionada la libertad, existió como un territorio sin límites para el desarrollo del pensamiento, la creatividad, el respeto a lo diverso, el lugar donde participé de la maravillosa experiencia de aprender. Quizás también afectó, por así decirlo, mi forma de ver el mundo, siempre lo sentí posible de atrapar, de decodificar, y de transformar, eso al parecer tiene mucho de coincidencia con la concepción de la escuela nueva.
Cierro este ejercicio de la escritura con alegría, pues he podido reencontrarme con una parte importante de mis raíces y con una visión de la escuela pública alentadora, que sigue viva en cada práctica que encierra creación, innovación, dedicación y respeto por las realidades de los niños que las habitan.
Analaura Conde ha desarrollado su formación, fundamentalmente, en instituciones de educación pública. Asimismo, su vínculo con el campo educativo se traduce en sus inserciones laborales, tanto desde sus inicios en la docencia indirecta en la educación media, como en la actualidad a través de la formación de docentes y la investigación educativa. Se desempeña como investigadora en la Dirección de Evaluación y Estadística del CODICEN - Administración Nacional de Educación Pública, es consultora para la UNASUR, y docente de Metodología de la Investigación en el Consejo de Formación en Educación (CFE).
Analaura nos cuenta que le gusta el arte y ha pintado “algunas cosas parecidas a cuadros”, ha intentado escribir desde hace años, y en algún momento también cantó. Otra de sus pasiones ha sido desde siempre la cocina, y también desde siempre le gusta viajar.